Los que conducen el capitalismo en nuestros pagos tienen un problema serio para enfrentar a Cristina Fernández en el próximo proceso electoral: no consiguen un candidato que la pueda derrotar. Macri huyó espantado. A Duhalde, el malo, ya ni ellos le creen. Ahora es Alfonsín, el autodenominado candidato de centroizquierda, que va a disputar el gobierno armando por derecha.

Luego del violento paro patronal sojero, que contó con el acompañamiento de las patronales industriales exportadoras y financieras, los multimedios y la mayoría del espacio opositor, devenido al famoso grupo A, esos sectores comenzaron a aplicar –a partir del resultado electoral del 2009– una curiosa teoría sólo posible de interpretar en estas tierras, según la cual todos los votos sumados de la oposición constituían una nueva mayoría que debía reflejarse en el Congreso de la Nación.

Ese nuevo diseño institucional debía ahora gobernar desde un parlamentarismo que pacificara la Argentina y la encauzara por los rumbos republicanos. Desde allí, se empezarían a consensuar leyes que desembocaran en un proceso electoral –si era anticipado mejor– forzando la renuncia de la presidenta o en su defecto, construyendo una transición política que la derrotara en la próxima elección.

Era el tiempo del final del kirchnerismo, se veía en los rostros de los periodistas militantes de TN o Canal 13 que tomaron partido por sus patrones en el debate por la Ley de Medios, en las proclamas cuasi golpistas de Morales Solá y Mariano Grondona; en las crónicas del diario La Nación, las cuales festejaban el fin de la experiencia autoritaria setentista y revanchista; en las editoriales de Van der Kooy en Clarín, donde profetizaba la caída del matrimonio; en las apariciones mediáticas de Carrió, Biolcati y Buzzi; en las bravuconadas de Duhalde, Macri y De Narváez, en las compadreadas de Felipe Solá, en el oportunismo mezquino y sectario de Pino Solanas, Luis Juez, Claudio Lozano, Hermes Binner y Graciela Ocaña; en las confusiones de la CTA de Micheli y De Gennaro, que vieron en la pelea por la Resolución 125, entre las patronales y el gobierno, la rebelión del pueblo contra el gobierno, casi un nuevo levantamiento popular similar al que protagonizamos el 19 y 20 de diciembre de 2001.

Eran el fin de la época K y el comienzo de otra. El poder debía diseñar un nuevo orden institucional: cualquier presidente menos Néstor o Cristina. Y ahí fueron anotándose nombres que antes debían pasar el filtro del poder y empezó este cambalache que no termina. Primero fueron por Reutemann, después por Duhalde, subieron a Macri pero ninguno resultó: la derecha se quedó sin candidato, sólo con Carrió para cumplir el rol de proclamadora de grandes Apocalipsis que castigarán al pueblo argentino por no votarla.
Ante el fracaso de los candidatos por derecha se empezó a definir el inicio de una nueva operación política, económica y multimediática, y el elegido para cumplir ese rol fue Alfonsín.

La derecha económica, el establishment, el poder real de este país, los que se agrupan en la Asociación Empresaria Argentina, la que conduce el Grupo Clarín de la mano de Magnetto y Techint, y en la que interviene la Mesa de Enlace, donde se destacan Hugo Biolcati y transnacionales exportadoras como Cargill, Bunge o Monsanto. Todos ellos –los que conducen el capitalismo en nuestros pagos– tienen un problema serio para enfrentar a Cristina Fernández en el próximo proceso electoral: no consiguen un candidato que la pueda derrotar.

Macri huyó espantado ni bien leyó las encuestas propias y ajenas. Su decisión de pelear en la Ciudad bajó al candidato natural del poder que se iba a presentar en nombre de ellos a disputar la presidencia.

A Duhalde, el malo, ya ni ellos le creen. Duhalde es Menem, es Adolfo Rodríguez Saá, es Barrionuevo y es el tren fantasma. Quieren el gobierno más por odios y rencores que por un proyecto de Poder. Carrió tiene en ese viaje un pasaje asegurado, cuyo destino es el papelón y el ridículo que ellos mismos proclaman.

Ahora es Alfonsín, el autodenominado candidato de centroizquierda, que va a disputar el gobierno armando por derecha. Pero la apuesta del candidato radical es ser el único que represente al Poder. El problema no lo tiene él, lo tiene el Poder porque no confía.

Es mucho el desprestigio del Partido Radical, todavía está muy presente en la conciencia social la hiperinflación, la economía de guerra de Raúl Alfonsín, que fue ajuste. Los indultos, la rebaja salarial a los trabajadores estatales, a los jubilados y pensionados, el estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001, con sus secuelas de asesinatos y represión, el corralito, la crisis institucional, el que se vayan todos… el derrumbe.

El acuerdo de Alfonsín con De Narváez vuelve a unificar a Cobos y Sanz y, de llegar a una hipotética segunda vuelta, va a contar con el apoyo del macrismo y todo el rejunte que le puedan arrimar las distintas variantes de la derecha, desde Duhalde a Felipe Solá pasando por Miguel del Sel.

En la pelea presidencial, la caída de Pino Solanas al distrito porteño generó nuevos escenarios, no exentos de broncas y desconciertos entre quienes se autoproclaman “progres verdaderos”, “únicos revolucionarios” o destinatarios excluyentes de “lo Nacional y Popular”. Bronca, porque Pino, ya instalado, les garantizaba, aún yendo a una categórica derrota en lo presidencial, es decir, sobre la base de su propio sacrificio, colar a sus aliados, al vicepresidente y los distintos candidatos a diputados, senadores y concejales, por supuesto en los primeros lugares para entrar a las Cámaras Provinciales o Nacional. La bajada porteña del buen cineasta crea desconcierto y cambia el escenario. Al final “Pino” hizo la personal, la que más le convenía a él y a su grupo de amigos. Enterradas quedaron las promesas de resolver la problemática de los glaciares, el petróleo y la mega-minería, difíciles de encontrar en Recoleta, en Barrio Norte o en Lugano, donde ahora deberá hablarles a los porteños del ABL y las bicisendas. Para estos compañeros, amigos de tantos años, con quienes compartimos la pelea contra el neoliberalismo, parece que a falta de Pino, buenos son los Binner.

En realidad, lo que necesitan es una figura que les permita hacer una elección decorosa y poner sus candidatos en carrera, que son los mismos nombres y lugares que se ofrecieron a ir con Pino.

No importa el contendido sino el envase, el mercado con una buena estrategia comunicacional se encargará de vender a estos candidatos por izquierda. Todo es funcional a la necesidad del Poder de detener este proceso popular que recorre la Argentina y América Latina. Da lo mismo Pino que Binner, Ocaña, o Alfonsín con De Narváez pero sólo con colectora en la provincia de Buenos Aires, radicales y socialistas separados en la pelea presidencial pero juntos en Santa Fe para disputar la gobernación, o peleados en Córdoba con Juez pero juntos en la Nacional, o sea, acuerdos a como dé lugar con tal de cubrir candidaturas, egos personales o prácticas individuales, más parecido a las lógicas neoliberales a las que ellos mismos dicen combatir.

Así estamos, esas son las condiciones objetivas y subjetivas que podemos analizar en el campo popular y en el del enemigo. No es nueva la decisión, el país y la sociedad que tenemos fue moldeada por esta confrontación.

Muchas van a ser las operaciones multimediáticas, judiciales, conflictos inventados o utilizados para desgastar a quien representa genuinamente y lo ha demostrado el interés popular, quien encarna los valores de justicia, dignidad y de solidaridad.

Cristina es la única posibilidad, no sólo de garantizar lo que hemos logrado, sino también de profundizarlo.
Cristina es la única candidata no sólo del Frente para la Victoria sino del Pueblo que –una vez más– va a enfrentar a los candidatos del Poder.

Publicado el 12 de Junio de 2011

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