Sorpresivo y sorprendente es el estilo de la iniciativa política kirchnerista. Es así desde 2003 y cada hecho que se vincula a la voluntad de tomar la delantera lo confirma. El anuncio de Cristina no podía ser una excepción. La Presidenta va por otro mandato y aunque los opositores daban esto por descontado, la explicitación los tomó mirando hacia otra parte. Basta analizar las declaraciones posteriores para detectar cuán distraídos estaban. ¿Es necesario subrayar, a propósito de las elecciones en la Ciudad de Buenos Aires, el valor de la iniciativa política? Por lo pronto, no está demás.

Si una característica distingue al electorado porteño es aquella que da cuenta de su necesidad de tener un gobernante propio. Es la complejidad de esta ciudad, sus entramados culturales, clasistas, su condición de ser casi una ciudad-Estado y, no obstante esto, nuclear en su seno la diversidad asombrosa que compone e informa a la Nación misma, lo que, en su conjunto, hacen poco menos que inasible a la voluntad electoral de sus habitantes. Como sea, los porteños quieren tener “su” gobernante. Macri sabe de ello o, mejor dicho, lo saben sus gurúes y hacedores de imagen, los tipos que se afanan en detectar aquella inasibilidad del electorado porteño para luego convertirla en símbolos idiosincráticos. Hay, en este afán de gabinete, una concepción de la ciudad entendida como recinto cerrado, seguro, autoprotegido en sus límites que, desde luego, no son otros que los estandartes que enarbolan el individualismo extremo y la brutal competencia con el semejante.

La sonrisa de Macri en los afiches es la de la autocomplacencia con esa concepción de la ciudad. También es su justificación histórica: el candidato de frente, casi mirando hacia la cámara, y el circunstancial o la circunstancial “vecina”, siempre de tres cuartos de perfil o, directamente, de espaldas a la lente que los retrata a ambos para una posteridad invariablemente efímera como la campaña que los llama a posar juntos. Del ciudadano y la ciudadana ni noticias.

Allí, en los afiches sesudamente programados, no están el río y su ribera expropiada al público; tampoco están las dolientes salas de guardia de los 33 hospitales en las que se amontonan, entre ayes y desesperanzas, los olvidados. Ningún afiche de Macri lo muestra en la noche del cartoneo ni en las cabriolas y malabares que los pibes villeros hacen en las cien bocacalles porteñas. La mugre de la ciudad nada tiene que ver con la sonrisa sin bigotito de Macri. Nada más ajeno a él que las sordas disputas por una bolsa de pegamento para aspirar, a falta de un buen bocado para engullir, ni nada más lejano de su estirpe que los desdentados que, envueltos en diarios y trapos, anhelan un nuevo día en la penumbra gélida de portales y recovecos.

La ciudad de Macri es sólo de él; le pertenece al lucro inmobiliario. La ciudad macrista sólo piensa en la Nación cuando ésta se convierte en un objeto de poder pero, si no, la repele, la rechaza como quien se sacara de encima un bicho repugnante. Hasta las prolijas cuadrículas que pintan las gorras y los patrulleros de su policía refieren más a la noción de orden de la policía londinense que a la estulticia de haber concebido una seguridad de patotas comandada por un bravucón como el Fino Palacios. La Buenos Aires de Macri no es de todos, es de su codicia empresarial.

Es preciso reconquistar la ciudad y esta tarea –que sí es una empresa como las que concibiera San Martín para el coraje de los que la acometiesen- reclama de un tipo de iniciativa política que, al mejor estilo del kirchnerismo, debe ser sorpresiva y sorprendente. La campaña para reconquistar la ciudad ya está solicitando el concurso activo y protagónico de quienes, con denuedo, acarician la realidad de ese sueño desde la cotidianeidad anónima. Es en los comedores escolares, en la bibliotecas populares, en los galpones murgueros, en los bares, en las plazas, en las villas, en los supermercados, en los consorcios, en fin, es en todos los lugares donde el latido de la esperanza vale más que mil afiches coloridos porque allí se juega la verdadera elección.

Es claro, también, que Daniel Filmus y Carlos Tomada son inescindibles de esta épica de la reconquista, pero la recuperación de la ciudad precisa del relámpago de lo multitudinario y urgente, de la creación espontánea y, sobre todo, de renombrar la acción política con el abecedario del ciudadano.

Mauricio Macri se ha lanzado a un tipo de campaña que quien pretendiera imitarla para derrotarlo sólo podrá conocer la propia derrota. Macri, en cambio, no puede lidiar con la autoconvocatoria, con actos breves y simultáneos en las barriadas, con foros temáticos en las plazas, con artistas e intelectuales populares confrontando “a poncho” con la cultura espectacularizada, con jóvenes navegando en la web y saturando el twiter, facebook y los teléfonos celulares con nuevas citas para nuevos actos. No es aparato lo que se necesita: es determinación política.

Si Cristina, una vez más, ha marcado el territorio de las decisiones con su iniciativa, qué no hacer para que su reelección empuje la reconquista de la ciudad y haga de este objetivo un logro de mayorías actuantes antes que obedientes. Contra esto, Macri no puede.-

Carlos Girotti, Sociólogo. Conicet. 22 de junio de 2011.

ARTÍCULO PARA BAE

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