Foto y texto India Rodríguez- Vivir en la calle, dormir en la calle, que la calle sea tu hogar y tu desdicha. Esta es una de las tantas historias de vida que late tras el doloroso panorama que resiste la naturalización de caminar la ciudad y ver personas durmiendo a cielo abierto. Muchas de estas personas, como Dardo, provienen de estratos sociales medios y urbanos, su permanecía en la calle se explica desde los ciclos económicos de nuestro país.

¿Cómo se llama?

Dardo, el apellido no importa. Tengo sesenta y siete años. Yo nací Capital Federal, Palermo Viejo. Viví en esa casa desde que nací, porque no nacíamos en hospitales en esa época. Se nacía en la casa. Un 28 de septiembre, con 42º, a las dos de la tarde. Hijo único. Hace más o menos doce años, con intermitencias, que estoy viviendo en la calle. Durante dos períodos de dos años estuve trabajando en un lavadero de autos, luego un lavadero de ropas. Y en un hotel, de conserje. Trabajo temporal. Durante esos períodos salí de la calle.

¿Cuál era el trabajo de sus padres?

Mi padre era jefe de la Dirección General de Préstamos Estatales. Y mi madre era ama de casa. Los dos eran porteños. De ascendencia española e italiana tengo recién a mis bisabuelos. Tenemos unas cuantas generaciones acá en el país.

Sus padres tampoco pudieron tener casa propia.

Tuvimos una casa de fin de semana en Córdoba, que se vendió para ver si se podía comprar acá. Después, en la época de Frondizi, hubo una estafa generalizada con los intereses y la firma se quedó con el importe de la venta de esa casa.

¿Qué grado de escolarización alcanzó?

Segundo año de medicina. ¿Y qué pasó? Y... problemas económicos. Los horarios de trabajo. Eran muy absorbentes y no se podía cambiar. Tuve que largar, muy a mi pesar, con la intención de retomar. Pero nunca pude retomar.

Hasta el momento en que empieza a vivir en la calle ¿cómo era su vida?

Mi vida era normal. Trabajaba en un estudio de arquitectura, que con la crisis cerró. Hacía todos los trámites, depósitos; atendía a los clientes, las obras. Todo. Al arquitecto le agarró un parate y tuvo que cerrar la oficina. Quedé en la calle, me pagaron la indemnización y me manejé con eso un período. Pero después no se conseguía trabajo. En parte por la edad y en parte porque no había trabajo. Y bueno, se va agotando la partida, sobre todo para los alquileres. Y bueno...Se va cayendo de a poco. No es que uno llega a un borde y se va abajo. Es una escalera que bajás un escalón pero no tenés forma de subir.

¿Tenía pareja, en ese momento?

En ese momento sí, pero después me fui distanciando, viendo que no había soluciones.

Cuando se da cuenta que se quedó sin opciones, y tiene que salir a la calle ¿cómo fue ese momento?

Fue un poco como un sueño. No podía creerlo. Recordé un episodio que había vivido unos años antes, bastantes años antes. No sé cómo me vino a la memoria. Había un señor que estaba tirado en un umbral y me pidió una moneda. Era invierno, yo se la dí y pensé “pobre hombre, menos mal que yo tengo ahorros, trabajo y nunca me va a pasar, pero hay gente que desgraciadamente está fuera de la mano de Dios”. Y no sabía lo que me venía más adelante. ¿Qué venía? De todo. Hasta tuve un estado depresivo y un intento de suicidio, lo pude superar. Ahí marqué una línea. Nunca más, porque para mí Dios había puesto una mano en una cosa bastante imposible de que suceda. Ya era creyente y ahí me volví más. Estaba elegido para algo. No era mi turno. Entonces, cambié. Busqué hacer algo, aunque me tuviera que quedar en situación de calle, por lo menos sentir respeto por mí mismo. Fue un giro de 180º.

Primero anduvo solo.

Claro. No sabía que había esta cantidad de gente en la misma situación. No tenía idea. Qué iba a saber que iba gente a comer, a bañarse o a recibir ropa si era un mundo distinto del que venía yo.
A los primeros que conocí fueron una pareja que vivía en El Rosedal, él tenía 45 años y ella tenía 38. Cuando los encuentro, hacía por lo menos diez años que estaban en la calle. Cada tanto se iban a hoteles. Pero al terminarse el subsidio de vuelta a la calle. Yo no busqué subsidios porque son vuelos cortos, de cabotaje. Después uno vuelve a la calle y está peor que antes.

¿Y los hogares?

Los hogares, realmente, son feos. Tiene que estar a las seis de la tarde adentro. Y a la mañana, así haga frío, llueve o truene, a las seis de la mañana hay que estar afuera. Aunque tuve dos operaciones, las aguanté en la calle. Una convalecencia de una operación de próstata, que era muy brava por dolorosa y otra de la rodilla, que me revoleó un auto y me la dejó en nueve pedazos. Pero así y todo, iba desde Córdoba y Montevideo, los lunes, miércoles y viernes, al Hospital Ramos Mejía a pie, porque no podía viajar en colectivo, para hacer la rehabilitación.

¿Sigue viendo a este matrimonio del Rosedal?

No. Ella falleció. Un derrame cerebral, estuvo un mes en coma y después tuvo un ataque cardíaco. Estaba muy deteriorada porque era una ex drogadicta. Me impresionó cuando le vi los brazos, que tenía todo lleno de cicatrices, de hojas de afeitar de intentos de suicidio. Y la adicción todavía permanecía latente en ella. Un día andaba con problemas intestinales, me acuerdo que le conseguí pastillas de carbón en un comedor. Y después le había agarrado la adicción por las pastillas de carbón.

¿Dónde duerme en la noche?

Duermo con dos compañeros más. En una mueblería en Montevideo y Marcelo T. de Alvear. Estamos hace mucho, como cinco años, porque nos conoce la gente. Hay como unas escaleras. El negocio entra a la vereda y hay una escalera de madera. Por lo general, doce y media, una, me acuesto. Me levanto a las cuatro. Después de estar unos años en la calle, no podés dormir más de cuatro horas.

¿A todos les pasa lo mismo?

A un gran porcentaje, les pasa. Tal vez cuando van a un hotel duermen ocho, siete horas. Pero la tendencia es despertarse después de cuatro horas y quedar como una hora despierto. Porque uno está atento y trata de aprovechar esas cuatro horas. Los primeros años dormía sentado y me hice bolsa las piernas. Decía cómo hacen los pájaros, que duermen así. Hasta que tuve un problema en las venas, se me rompían las venas por la alta presión. Ahora duermo acostado y no tuve más problemas. Me estoy cuidando. Hago al pie de la letra la medicación, y lo consigo de donde sea, me muevo. Hago comida regular: desayuno, merienda y cena. Hay gente que come cada dos o tres días y por lo tanto, va al baño cada siete u ocho días.

Otro tema es la ropa. Pero se consigue. La comunidad de San Egidio también me da. En Rincón y Chile, puedo pedir en cualquier momento porque estoy en un taller de escritura, con ellos hacemos una Revista El Faro de Rincón, por la cual hasta fuimos premiados por la Universidad de Ciencias Sociales. Decía de la ropa, la lavo yo. En invierno, capaz la llevo al lavadero. Hay gente que la usa y la tira. Pero, me da no sé qué, yo la lavo y de paso hago una cosa útil.

Habló de un taller

En donde desayuno, voy a lavar la ropa y bañarme. Es donde, hago la cartelera, que se cambia una vez por semana. Con poesías, frases de personajes famosos que yo ilustro. Eso lo hacemos todos los jueves. Los viernes tengo dibujo. Los lunes, música a la mañana.

Pero este es su caso, y peleó mucho. ¿Esto es así en la mayoría de los casos?

No. El 60% no quiere saber nada. Un 40% toma una actividad y puede estar un mes, cinco meses y al día siguiente abandona. El único que salió, consiguió trabajo en la Iglesia Metodista de Corrientes y Maipú, por medio de una madrina, y está hace como ocho años. Ya hizo pareja y todo. Soy padrino de bautismo. Esa persona salió definitivamente. ¿Cómo me pienso? Me acabo de jubilar. Estoy pagando la moratoria. tengo optimismo para salir. Creo que el año que viene voy a pegar un salto. Si no pasa, no me voy a deprimir. No me desanima. Sería un golpe, no me gusta. Para salir, parece que todos están mirando y es otro fracaso. No me gusta fracasar. Yo veo que está la posibilidad. Lo que quiero es una salida, y no aparecer a los ocho meses con que se terminó el subsidio. Vamos a ver. Creo que hay posibilidades, también sé que por mínimas que sean las posibilidades, las creás vos.

Afuera, la noche ha caído y Dardo anuncia que se retira por que un amigo de la Iglesia de San Nicolás de Bari, lo espera para cenar. No quiere hacerlo esperar.

Los números de la calle

La estadística respecto de personas en situación de calle resulta incierta. Las organizaciones sociales manejan cifras varias veces mayor a las que oficializa el Gobierno de la Ciudad; entre la especulación y la realidad inapelable lo cierto es que hablamos de seres humanos humanos que han hecho de la vía pública su hábitat.
El Ministerio de Desarrollo porteño reportó que en la CABA las personas en situación de calle son un total 1.287 de adultos. Algunos de ellos son personas solas y otras tienen niños a cargo. A esta primera cifra se agregan más de 700 niños y adolescentes menores de 18 años que viven en las calles. La misma fuente, desagrega estas cifras en porcentajes y distribuye el total en un 70% que corresponde a varones solos, mientras el 15% corresponde a mujeres solas y el 9% a familias.
ONG`s, tales como Proyecto 7, Médicos del Mundo y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) estiman entre 10.000 y 15.000 almas que noche a noche se cobijan entre cartones y pequeños salientes de la construcción urbana.

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