Lo que distingue a la modernidad de las épocas anteriores es nuestra capacidad de crear y destruir, destruir y crear, siempre en busca de algo nuevo y mejor. Ya no hay durabilidad. Ya no existen los objetos que, en una misma familia, acompañaban a sucesivas generaciones, pasaban de padres a hijos, nietos y bisnietos. Terminó la era de los museos de antigüedades. No quedaría el suficiente espacio para acoger tantos modelos de autos como se suceden mes tras mes, o generaciones de ordenadores que aparecen un semestre y otro.

El proceso de obsolescencia no alcanza sólo a los objetos. Influye también en la cultura y en el comportamiento. ¿Por qué debo ser fiel, hoy día, a principios y valores que ayer me orientaban? Ayer me convenía soñar con un mundo más justo, comprometerme en el cambio de la realidad, mantener una actitud ética muy distinta de quienes me servían de antimodelos y eran mis potenciales enemigos. Yo no quería ser como ellos.

Ahora el mundo cambió, y yo con él. Mi idealismo también se volvió obsoleto. Ya no alienta mi vanidad ni me trae ventajas. Se acabó el mundo en que había héroes, prototipos, modelos a ser seguidos (Gandhi, Mandela, el Che). Hoy los paradigmas son personas que tienen éxito en el mercado, celebridades, gente bonita y rica que ostenta lujo, derrocha salud y ocupa sonriente las páginas de las revistas de variedades. ¿Qué ventaja obtengo al empujar hacia la posmodernidad un mundo obsoleto al que ya nadie presta atención ni del que se quiere oír hablar? Cayó el muro de Berlín, los éticos no amasaron fortunas, los antiguos valores suenan hoy como bromas de mal gusto, desfasados. ¡Pobre de mí si insisto en seguir manteniéndome apegado a ellos! Son todos obsoletos.

Vivimos ahora en un mundo nuevo en el que todo es continuamente descartable y destrozable. Desde mi ordenador al auto, desde el estilo de vida al arte, todo lo que hoy es in mañana será out. Debo mantenerme atento en ese esfuerzo permanente de actualización. ¡Y no me pidan coherencia! Si mi propia apariencia física sufre frecuentes modificaciones por causa de ejercicios y tratamientos estéticos, ¿por qué debe permanecer inmutable mi identidad?

Sí, ayer yo me alineaba ideológicamente a la izquierda, asumía la causa de los oprimidos, me sumaba a las manifestaciones de protesta, expresaba mi indignación ante este mundo injusto. ¡Pero nadie es de hierro! Si me esfuerzo por cambiar mi apariencia para mantenerme eternamente joven y seductor, ¿por qué no habría también de cambiar mi postura ideológica, mis principios e ideales de vida, a fin de no perder el tren de la contemporaneidad?

Sé muy bien que la cabeza piensa donde pisan los pies. Conozco a antiguos compañeros -también obsoletos- que no tuvieron la misma suerte que yo y continúan lidiando diariamente con el calvario de pagar cuentas y alquiler, conservar el viejo auto, vivir modestamente en una casa que requiere reparaciones. Comprendo que aún conserven valores obsoletos y sueñen con otro mundo posible, aunque con menos ímpetu que antes para forjar el futuro con sus propias manos.

Felizmente, la vida ha sido generosa conmigo. Gracias a aquellos principios obsoletos alcancé funciones de poder, sobresalí de entre la masa, adquirí prestigio y visibilidad. Cambié de vivienda, de guardarropa y de mujer. Pasé a disponer de una cuenta bancaria que crece mes a mes y me permite disfrutas de placeres nunca soñados años atrás. Hoy soy amigo, e incluso socio, de muchos que ayer eran mis enemigos y blanco de mis críticas contundentes.

Resulta obvio que el mundo gira y la portuguesa rueda. Ahora no puedo correr el riesgo de caerme de las alturas que he alcanzado tras ardua escalada y regresar a la vida anónima castigada por deudas y dificultades. No soy capaz de verme como un simple pasajero de un autobús, ni tampoco de perder tiempo con aquellos que son rehenes de una existencia modesta. No es que los desprecie. ¡Lejos de mí! Pero tengo demasiados intereses que conservar y no debo arriesgarme.

Si pierdo mi posición social, si regreso al mundo obsoleto, ¿cómo me arreglaré para mantener mi confortable patrón de vida, mi lugar, la casa en la playa, las vacaciones en el exterior, el cambio anual de auto? ¿Cómo podría dejar a mis hijos y nietos el confort que yo nunca tuve en la infancia ni en la adolescencia?

La vida da vueltas y es preciso, en este mundo de frenética competitividad, tener siempre a mano el Manual de sobrevivencia en la selva. Vivo entre leones y sé bien cómo se preparan para tragarme. Me esfuerzo para, en la lucha feroz por un lugar al sol, no volverme también yo un ser destrozable, descartable, obsoleto. Hoy tengo la claridad suficiente para saber que sólo merece la pena afrontar riesgos cuando se vive una vida mediocre, anodina, de ganado en el rebaño. Ahora que alcancé el destacarme en este mundo de anónimos y me volví una persona destacada de la masa, sólo me queda estar atento para no volverme también un ser obsoleto.

Ya no debo mirar al pasado, donde yacen olvidados mis exhéroes, ni hacia el futuro, como si allí hubiera un ideal histórico. Me basta con mirar hacia dentro de mí mismo y saber explorar al máximo lo mejor que tengo: la astucia de mi inteligencia, la fuerza de mi voluntad y el poder de negociar in fluencias.

Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros libros. http://www.freibetto.org twitter:@freibetto.

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