Falta exactamente un mes para que todos los pueblos de este continente festejen el sexto aniversario de la estrepitosa derrota del ALCA en Mar del Plata. Se tratará, sin dudas, de una conmemoración muy especial porque sus fulguraciones aparecerán en contraste con la oscura crisis que sacude a la vieja Europa y tiene a mal traer a los Estados Unidos.

Pero, más allá de la comparación, lo cierto es que las históricas jornadas marplatenses instalaron con mucha fuerza, en toda la América del Sur, la legitimidad de una búsqueda antineoliberal que atraviesa a los pueblos y gobiernos de la región desde entonces.

Esta búsqueda, como es lógico, no supone un camino lineal. Tampoco habría posibilidades para ello. Cada país, cada cultura, cada historia, cada pueblo, arrastran consigo sus particulares contradicciones y, por ende, ninguna configuración nacional puede asemejarse a otra que no sea a sí misma. No obstante, estas singularidades tampoco rechazan el trazo de época que les es común. Al contrario, aquella Cumbre de las Américas de 2005 –ampliada en sus resonancias populares con la Cumbre de los Pueblos que funcionó en paralelo- vino a poner en evidencia la debacle neoliberal precisamente por la acción mancomunada de pueblos y gobiernos. Aun en 2007, en oportunidad de la Cumbre Iberoamericana, el reto del rey español al presidente Chávez –el famosísimo “¿Por qué no te callas?”- vino a expresar la impotencia de un modo de dominación ante la firmeza e insolencia de los nuevos liderazgos populares. Le tocó a Chávez, es cierto, pero podía haber sido Kirchner, o Evo, o Lula, o cualquiera de los restantes que, por ese tiempo, ya se encaminaban decididamente hacia definiciones nacionales autónomas de los grandes centros del poder mundial.

Sin la derrota del ALCA hubieran sido impensables la UNASUR, la respuesta concertada y urgente ante las distintas intentonas golpistas, la reciente aceleración del Banco del Sur frente al embate de la crisis mundial, y tantas otras medidas de corte regional. Pero tampoco hubiera habido espacio, en el plano nacional, para los avances democráticos, las políticas reparatorias y medidas de control estatal para la voracidad de los mercados y las ansias restauracionistas de las viejas y nuevas derechas.

Conviene recordar estas cuestiones, a propósito de la conmemoración cercana, porque por momentos parecieran perder valor cuando, de repente, las contradicciones de cada proceso nacional se hacen presentes en el día a día que, por definición, no suele ser amigable con la épica. Ocurrió con la detención del delegado ferroviario Rubén Sobrero quien, dicho sea de paso, jamás ocultó su filiación política y ello no le ha impedido liderar, por más de una década, a sus compañeros de trabajo del ex Ferrocarril Sarmiento. Fue tan desastrosa la decisión del juez que le cupo al fiscal pedir la excarcelación inmediata. Entretanto, Félix Díaz, el cacique Qom que fuera revalidado en su condición por más del 70% de los votos de sus hermanos, vuelve a prestar declaración ante el juez de Clorinda mientras su comunidad originaria aún espera las soluciones prometidas por los distintos niveles gubernamentales. Son dos ejemplos argentinos, pero en la misma línea podría citarse la situación boliviana, o el caso de los derechos humanos en Uruguay, o los ministros desplazados por Dilma Rouseff en Brasil. No hay garantías de un avance directo hacia un futuro venturoso porque cada avance que se registra –en cualquiera de los órdenes de la vida social- abre un nuevo surco de contradicciones que, a su turno, se despliegan para impedir el paso ulterior.

El 4 de noviembre de 2005, en Mar del Plata, la suerte del ALCA quedó echada y este mojón histórico vino a balizar la marcha de los pueblos y de los nuevos gobiernos democráticos hacia la configuración de un tiempo radicalmente distinto al anterior. Sin embargo, algunos pretenden ahora que el tipo de contradicciones señaladas invalidan lo realizado o, peor, que lo actual es continuación de lo viejo pero por otros medios (Miguel Bonasso, por ejemplo, dice que el kirchnerismo es la continuación del menemismo por otras vías; justo él, que fue un protagonista destacado en la Cumbre de los Pueblos y un kirchnerista convicto y confeso).

Contradicciones hubo, hay y habrá porque ellas son inherentes a la dimensión cabal que la correlación de fuerzas adopta en cada situación. O mejor dicho: la contradicción es el punto más álgido en el que los intereses adversos se manifiestan como tales. En ese punto no todo da lo mismo; es una cosa o es la otra. Extraña que esto, que hasta puede parecer una verdad de Perogrullo, sea olvidado recurrentemente por quienes se reclaman factores de cambio en la sociedad. ¿Cómo se puede cambiar nada sin alterar la correlación de los intereses que en la sociedad pugnan por definir caminos absolutamente opuestos? ¿Es posible pensar en un cambio sin una alianza social que lo impulse, lo sostenga y lo torne perdurable? ¿Y de dónde puede partir esa alianza social si no es desde el contexto que la hace históricamente viable?

El reconocimiento de dicho contexto es una porción indivisa de la política que se proponga afrontar las contradicciones, pero para resolverlas y no para denunciarlas apenas. La crítica al juez que ordena la detención de Rubén Sobrero –y aun la crítica a los argumentos justificatorios que rodearon a la decisión del magistrado- no pueden llevar a la invalidación de todo el proceso político en el que estas posiciones fueron adoptadas. Reducir el todo a esa parte, antes que una firme actitud de principios configura una rotunda negación de la realidad.

Por cierto, es mucho más fácil enojarse con la realidad que no se adapta a las ideas de uno que tener ideas para cambiarla. Las organizaciones populares, los gobernantes y los líderes que se dieron cita en Mar del Plata, aquel noviembre de 2005, por suerte, pensaron e hicieron exactamente lo opuesto. Parece que hoy, a pesar de algunos críticos furibundos, ese camino sigue siendo el mejor.

Carlos Girotti, Sociólogo, Conicet.
ARTÍCULO PUBLICADO EN BAE

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