La primera persona del plural mañana estará de fiesta. La tercera persona del plural hace rato que sólo disfruta en sus fiestas privadas porque las otras, las colectivas, son patrimonio exclusivo de la primera.

La de mañana es una jornada celebratoria: es el Día de los Derechos Humanos, se cumplen veintinueve años del restablecimiento de la democracia en Argentina y Cristina asume su segundo mandato presidencial. Al mediodía, cuando la Presidenta arribe al Congreso, ese triple significado adquirirá vuelo propio en alas de la multitud que, ya para esas horas, habrá ocupado las inmediaciones y extendido su presencia clamorosa a lo largo de toda la Avenida de Mayo hasta llegar al frente mismo de la Casa Rosada. Las banderas que señalizarán el punto de reunión de cada organización popular; los cánticos que las identificarán; las familias y grupos de amigos que se allegarán hasta la zona; los vendedores ambulantes y ese colorido que es propio de las grandes concentraciones históricas, esperarán pacientes el paso de la comitiva presidencial hacia la Plaza de Mayo sólo para regalarse el saludo y la sonrisa de la mandataria recién asumida.
La primera persona del plural será identificable por su alegría, por los abrazos de los reencuentros en la calle (ese lugar, extraño y ajeno para la tercera persona del plural, donde los cuerpos cargan su biografía personal y, sin embargo, adquieren gozosos una nueva identidad). No habrá impostación ni falsía para la primera persona del plural; se autocelebrará y, al hacerlo, recuperará de su memoria otras jornadas que la vieron transitar ese mismo recorrido: el que une las dos plazas de las multitudes, masticando la bronca, recogiendo a sus muertos y heridos, reclamando justicia para sus desaparecidos, tributándole amor infinito a las mujeres del Pañuelo Blanco y, sobre todo, manteniendo en alto sus viejas banderas, orgullosa esa primera persona del plural de los flecos e hilachas que engalanan esas insignias después y a propósito de cada combate ganado o perdido, pero siempre librado.
Nombrará, la primera persona del plural en su algarabía. Uno tras otro, los nombres propios de su propia historia habrán de ser pronunciados por ella. Son los nombres que, más allá o más acá de cualquier disputa académica e, incluso, por encima y por debajo de cualquier pila bautismal, son parte inalienable de su linaje. Tal vez en una esquina del recorrido multitudinario resuene Juan José, y en otra Bernardo, y más allá José a secas, y más cerca Felipe y el otro Felipe que se aferró al árbol para que no lo llevaran, y José Gervasio y Manuel –el de la Bandera- y el otro Manuel –el fusilado-, y Mariano –el del Plan-, y Mariano-el de Trelew-, y Agustín y Atilio, y Sabino y Mario Roberto, y Arbolito y Facón Grande, y Carlos –el de la sotana embarrada-,y Juan Domingo e Hipólito, y Alfredo –el de los bigotes- y Alfredo –el del delantal blanco-, y Maximiliano y Darío, y Mariano- el de las vías- y Cristian –el de los montes talados- y Rodolfo –el del escaño solitario- y Germán –el del escaño de ruedas. Dirá Eva, aunque se escuche Evita y murmurará Ernesto, cuando conjugue Che. Y Néstor. La primera persona del plural dirá Néstor y cuando pronuncie este nombre querrá pronunciar todos los nombres al mismo tiempo porque sabe, intuye como mínimo, que este tiempo es un tiempo de pronunciar todos sus nombres porque todos son imprescindibles para un nuevo bautismo laico.
Después, en la plaza donde el pueblo abraza a sus Habitantes Eternas, cantará. La primera persona del plural entonará las estrofas de León y de Fito, se mecerá al compás de sus músicas y de otras y a todas las hará propias. Bailará sin desmayo, como en las fiestas de familia, o como baila después del brindis de la medianoche, o como en la bailanta hasta el amanecer y después, o como en el vals interminable de los 15 años.
La primera persona del plural, mañana, marcha hacia su propia fiesta. La presiente patriótica, porque la triple c elebración le sabe, todavía, al gusto del Bicentenario. Y la asume como popular porque, en su alborozo de calles y plazas ocupadas, se recuerda doliente y firme en la despedida de quien no quiso colgar en el perchero de la Rosada los principios que hasta allí lo habían llevado.
La tercera persona del plural, no. Para ella, la fiesta de la otra persona del plural será un aquelarre, una mezcla de satanismo y malos presentimientos. Regurgitará sus odios ancestrales, la tercera persona del plural, sin percatarse de que esa respuesta instintiva, fisiológica, la puede llevar a la asfixia por aspiración de sus propios detritos. Como en Europa, que los banqueros tienen que asumir por sí mismos el gobierno del Estado porque ya no tienen ni quién los represente u obedezca. Después de mañana, escribirá en sus diarios la tercera persona, editorializará en sus radios y canales televisivos y, con seguridad, se reunirá en sus amplios salones de directorio para hacer el balance de la jornada con un ojo puesto en la caída del euro y en los gestos adustos de Angela y Nicolás. Pero ya nada será igual a lo de mañana: la fiesta habrá sido, enteramente, de la primera persona del plural.
Este columnista, que por una cuestión de comodidad escribe siempre en la tercera persona del singular, se siente incómodo hoy con dicho estilo. No abjura de éste, pero siente la obligación, en las vísperas de la fiesta de mañana, de considerarse inmerso en la primera persona del plural. Es una operación lingüística extraña porque sin dejar de obligar al firmante a escribir casi como un ajeno o un pretendido observador imparcial, lo compele a poner el cuerpo allí donde millares harán lo propio. Ocurre que mañana, como tantas veces antes, la tercera persona del plural escribirá la historia como sólo sabe hacerlo ella: con su humanidad por delante.-
(*) Sociólogo, Conicet. 8 de diciembre de 2011. ARTÍCULO PARA DIARIO BAE

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